La Organización Mundial de la Salud, define la infertilidad como una enfermedad del sistema reproductivo (masculino o femenino), determinada por la incapacidad de lograr un embarazo clínico (embarazo en el que se observa al menos un embrión con latido cardiaco presente), después de 12 o más meses de relaciones sexuales sin protección anticonceptiva.
Es definida como una enfermedad, pues no se consigue el resultado del programa natural de los órganos reproductivos, que es el embarazo. Pero no solo eso, la infertilidad conlleva una gran cantidad de efectos negativos en la salud física y mental de las personas que la padecen, lo que impacta negativamente también en la función cognitiva, las relaciones sociales, el desempeño laboral y hasta en ámbitos tan fundamentales del ser humano, como la espiritualidad y la religión.
La infertilidad, es una importante causa de depresión, cuya ocurrencia entre pacientes, es semejante a los niveles de quienes padecen enfermedades crónico degenerativas como el cáncer o la diabetes, con las consecuencias que esto puede tener en la persona que la padece.
Sin embargo y a pesar de que esta enfermedad es padecida por 1 de cada 6 parejas en edad reproductiva, no es un problema de salud al que se preste la atención necesaria, pues no tiene afectaciones obvias e inmediatas en la salud de las personas, sin embargo, las afectaciones a su persona y salud general, así como la afectación a sus relaciones familiares y sociales, puede ser tan grave, que debería ser una enfermedad con atención tan prioritaria, como cualquier otra enfermedad crónico-degenerativa.
Del 100% de los casos de infertilidad en las parejas, el 30% tienen origen femenino, 30% son de causa masculina, 30% tienen su origen en ambos, es decir, tiene causas combinadas y el resto 10%, es infertilidad de causas desconocidas, es decir, todo parece estar bien en ambos, pero no se logra un embarazo.